miércoles, 21 de septiembre de 2011

Academia de VampiroCapitulo 1


Capítulo 1


Sentí su miedo antes de escuchar sus gritos.
Su pesadilla golpeó, sacándome de mis propios sueños, que habían tenido algo que ver con una playa y algún chico guapísimo aplicándome crema bronceadora. Imágenes –suyas, no mías – se precipitaron a través de mi mente: fuego y sangre, el olor del humo, el metal retorcido de un coche.
Las imágenes me envolvieron, asfixiándome, hasta que alguna parte racional de mi cerebro me recordó que ése no era mi sueño.


Me desperté, largos mechones de mi oscuro cabello, se pegaban en mi frente. Lissa estaba acostada en su cama, retorciéndose y gritando. Salté de la mía y, rápidamente, crucé los pocos metros que nos separaban.
“Liss,” dije, sacudiéndola. “Liss, despierta”
Sus gritos disminuyeron, siendo sustituidos por suaves quejidos.


-“Andre,” gimió ella. “Oh Dios”
La ayudé a sentarse.
“Liss, ya no estás allí, despierta”
Después de algún tiempo, sus ojos comenzaron a abrirse y, en la débil luz, pude ver un parpadeo de consciencia que comenzaba a despertarse. Su frenética respiración disminuyó, y ella se inclinó hacia mí, descansando su cabeza en mi hombro. Pasé un brazo alrededor suyo y coloqué una mano sobre su pelo.


“Está bien” le dije con cuidado. “Está todo bien”.
“Tuve ese sueño”
“Sí, lo sé”
Permanecimos así sentadas durante varios minutos, sin decir nada más. Cuando sentí que se había calmado, me incliné sobre la mesita que estaba entre nuestras camas y encendí la lámpara. Brilló débilmente, pero ninguna de nosotras necesitaba mucho para ver. Atraído por la luz, nuestro compañero felino, Oscar, se posó encima del alféizar de la ventana abierta.


Se mantuvo a una distancia segura de mí – por alguna razón, a los animales no les gustan los dhampirs – pero saltó sobre la cama y frotó su cabeza contra Lissa, ronroneando suavemente. Los animales no tenían problemas con los Moroi, y todos ellos amaban a Lissa en particular. Sonriendo, ella rascó su barbilla y sentí que se calmaba aún más.


“¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste?” Pregunté estudiando su rostro. Su piel estaba más pálida que de costumbre. Tenía unas enormes ojeras, y tenía un aire de debilidad. La escuela había sido agitada esta semana, y no recordaba la última vez que le había dado sangre. “¿hace como… dos días, verdad? ¿Tres?¿Por qué no dijiste nada?”
Ella se encogió intentando no mirarme a los ojos.


“Estabas ocupada. No quise—”
“¡A la porra con eso!” Dije, cambiando a una posición mejor. No me extrañó que pareciera tan débil. Oscar, no queriéndome más cerca, se bajó de la cama y volvió a la ventana donde podría mirarnos desde una distancia segura. “Vamos. Hagámoslo”
“Rose –“
“Vamos. Te hará sentir mejor”


Incliné la cabeza y aparté mi pelo hacia atrás, dejando mi cuello al descubierto. La vi vacilar, pero la vista de mi cuello y lo que éste ofrecía resultó ser demasiado tentador. Una expresión hambrienta cruzó su rostro, y sus labios se separaron ligeramente, exponiendo los colmillos que ella normalmente mantenía ocultos al estar viviendo entre la gente. Aquellos colmillos contrastaban de una manera extraña con el resto de sus rasgos. Con su hermosa cara y su pelo rubio pálido, parecía más un ángel que un vampiro.


Cuando sus dientes se acercaron a mi piel desnuda, sentí mi corazón latir aceleradamente con una mezcla de miedo y anticipación. Siempre odiaba el sentimiento que venía después, pero no había nada que pudiese hacer, era una debilidad de la que no podía librarme.


Sus colmillos me mordieron, con fuerza, y lloré en la breve explosión de dolor. Entonces desapareció, sustituyéndose por un maravilloso y excelente placer que se extendió por mi cuerpo. Era mejor que cualquiera de las veces que me había emborrachado. Mejor que el sexo – o eso es lo que me imaginé, ya que nunca lo había hecho. Era una manta de puro y refinado placer, que me envolví y me prometía que todo iría bien en el mundo. Las sustancias químicas en su saliva provocaron una descarga de endorfina, y perdí la noción del mundo, perdí la noción de quien yo era.


Entonces, lamentablemente, todo terminó. Ocurrió en menos de un minuto.
Ella se apartó, limpiándose los labios con el dorso de la mano mientras me observaba.
“¿Estás bien?”
“Yo… Sí.” Me acosté en la cama, mareada por la pérdida de sangre. “Sólo necesito dormir un poco. Estoy bien.”
Sus ojos, de un color verde jade pálido, me miraron con preocupación. Entonces se puso de pie.
“Voy a buscarte algo de comer”
Mis protestas llegaron tarde a mis labios, y ella ya se había marchado antes de que pudiera decir nada. El zumbido que provocaba el mordisco disminuyó en cuanto ella rompió la conexión, pero aún quedaba una pequeña presencia en mis venas y sentí que una tonta sonrisilla me cruzaba los labios. Giré la cabeza y mire a Óscar que permanecía sentado en la ventana.
“No sabes lo que te estás perdiendo” Le dije.
Su atención se centraba en algo que había fuera. Estaba agazapado y erizó su pelo negro. Su cola se movía nerviosamente.


Mi sonrisa se desvaneció y me obligué a levantarme. El mundo dio un giro y decidí esperar a que se pusiera derecho antes de intentar levantarme. Cuando lo logré, el mareo regresó y esta vez se negó a desaparecer. Aún así me sentí lo suficientemente bien como para dar un traspié hasta la ventana y mirar fuera junto a Óscar.


Él me lanzó una mirada cautelosa, que apenas duró unos segundos, y luego volvió a centrarse en aquello que había llamado su atención.
Una cálida brisa, – anormalmente caliente para Portland, – jugó con mi pelo cuando me asomé. La calle estaba oscura y relativamente tranquila. Eran las tres de la mañana, la única hora en la cual el campus universitario se tranquilizaba, al menos un poco. La casa en la que habíamos alquilado una habitación durante los últimos ocho meses estaba situada en una calle residencial junto a otras viejas casas con las que no armonizaban. Al otro lado de la carretera, una farola parpadeaba, casi a punto de apagarse, pero aún emitía suficiente luz como para dejarme ver las formas de coches y de los edificios. Podía distinguir la silueta de los árboles y arbustos de nuestro viejo patio.
Y a un hombre mirándome.


Me estremecí ante la sorpresa. Una figura estaba parada ante un árbol en el patio, a unos diez metros de distancia, donde se le podía ver claramente a través de la ventana.
Estaba lo suficientemente cerca como para que, probablemente, si hubiera lanzado algo le hubiera golpeado.



 Tan cerca que podría haber visto lo que Lissa y yo acabábamos de hacer.
Las sombras lo cubrían tan bien que incluso con mi visión mejorada no podía ver ninguno de sus rasgos, excepto su altura. Era alto. Realmente alto. Estuvo allí parado un momento, dejándose ver apenas, y luego dio un paso atrás despareciendo bajo las oscuras sombras de los árboles del otro lado del lejano jardín. Estuve muy segura de haber visto alguien más acercarse para reunirse con él antes de que ambos fuesen tragados por la negrura.



Quienes quieran que fuesen esas figuras, a Óscar no le gustaron. Sin contarme a mí, a él solía caerle bien la mayoría de la gente, mostrándose molesto sólo cuando esa gente representaba un peligro inminente. El tipo de allí fuera no había hecho nada que amenazase a Óscar, sin embargo el gato sintió algo, algo que le puso en alerta.
Algo parecido a lo que siempre sentía por mí.


Un temor frío me atravesó y casi, – aunque no completamente, – consiguió hacer desaparecer la sensación de felicidad del mordisco de Lissa. Me aparté de la ventana, me vestí con unos tejanos que encontré en el suelo y que debían haberse caído durante el proceso. Después de vestirme, cogí mi abrigo y el de Lissa junto con nuestras carteras. Me puse en los pies los primeros zapatos que vi y salí por la puerta.


La encontré en el piso de abajo, en la aglomerada cocina, hurgando en la nevera, uno de nuestros compañeros de habitación, Jeremy, estaba sentado en la mesa, tenía una mano sobre la frente mientras miraba tristemente el libro de cálculo. Lissa me miró con sorpresa.


“No deberías estar levantada.”
“Tenemos que irnos. Ahora.”
Sus ojos se abrieron y un segundo después lo comprendió. “¿Estás…hablando en serio? ¿Estás segura?”
Asentí. No podía explicarlo cómo lo sabía con certeza, simplemente lo sabía. Jeremy nos miró con curiosidad.
“¿Qué sucede?”
Una idea surgió en mi mente. “Liss, consigue las llaves de su coche.” 


Él nos miró a una y a otra alternativamente. “¿Qué vas –?”
Lissa caminó hacia él sin vacilar. Su temor se deslizó dentro de mí a través de los lazos psíquicos que habíamos establecido, pero había algo más también: Su fe absoluta en que me ocuparía de todo, en que estaríamos seguras. Como siempre, esperé ser digna de esa confianza.


Ella sonrió ampliamente y lo miró fijamente a sus ojos. Por un momento, justo al principio, Jeremy se mostró confuso, entonces vi al esclavo apoderarse de él. Sus ojos se volvieron cristalinos, contemplándola con adoración.
“Necesitamos que nos prestes tu coche” dijo Lissa en tono suave. “¿Dónde están las llaves?”


Él sonrió, y yo me estremecí. Tenía una alta resistencia a la coacción, pero podía sentir claramente sus efectos cuando iban dirigidos a otra persona. Esto más la experiencia de toda mi vida me había enseñado que usarlo estaba mal. Jeremy buscó en un bolsillo y le entregó un juego de llaves que colgaban de un largo llavero rojo.


“Gracias” Dijo Lissa. “¿Dónde está aparcado?”
“Calle abajo” contestó distraídamente. “En la esquina con Brown. A cuatro manzanas.”
“Gracias.” Repitió ella volviéndose. “En cuanto nos hayamos ido quiero que sigas estudiando. Olvida que nos has visto esta noche”
Él asintió atentamente. Tuve la impresión de que incluso saltaría de un acantilado si ella se lo hubiera pedido. Todos los humanos son susceptibles a la coacción, pero Jeremy aún parecía más débil que la mayoría. Lo cual nos benefició en ese momento.


“Vamos” le dije a Lissa. “Tenemos que irnos”
Salimos en dirección a la esquina que nos había indicado. Yo aún estaba mareada por el mordisco y continuaba tropezando, incapaz de moverme tan rápido como quería. Lissa tuvo que sujetarme un par de veces para evitar que cayera. Continuamente, la ansiedad que había en su mente me invadía. Intenté ignorarla lo mejor que pude, pues también tenía mis propios miedos con los que lidiar.


“Rose… ¿Qué vamos a hacer si nos atrapan?” Susurró.
“No lo harán” Repuse con fiereza. “No se lo permitiré”
“Pero si nos encuentran –
“Ya nos encontraron antes y no pudieron cogernos. Simplemente iremos en coche hasta la estación de tren y de allí a Los Ángeles. Nos perderán la pista.”
Hice que pareciese simple. Siempre lo hacía, aunque no hubiera nada simple en huir de las personas con las que habíamos crecido. Llevábamos haciéndolo dos años, escondiéndonos dónde podíamos e intentando terminar el instituto. Nuestro último año acababa de comenzar, y vivir en un campus universitario parecía seguro. Estábamos tan cerca de la libertad.


Ella no dijo nada más, y sentí cómo aumentaba su fe en mí. Así había sido siempre entre nosotras. Yo era la que tomaba las riendas de la acción, quién se aseguraba de que las cosas sucediesen, – a pesar de que algunas veces lo hacía de forma imprudente. Ella era la más razonable, la que pensaba las cosas y las analizaba profundamente antes de actuar. Ambos estilos tenían sus ventajas, pero por el momento, la imprudencia se imponía. No teníamos tiempo para vacilaciones.


Lissa y yo habíamos sido las mejores amigas desde el jardín de infancia, cuando nuestro profesor nos emparejó juntas en las lecciones para aprender a escribir.
Obligar a un niño de cinco años a deletrear Vasilisa Dragomir y Rosemarie Hathaway va más allá de la simple crueldad, y nosotras, – o mejor dicho, yo, – respondí a ello apropiadamente. Arrojé el libro a nuestro profesor y le llamé bastardo fascista. No sabía lo que significaban aquellas palabras, pero aprendí cómo se acierta a un blanco móvil.
Lissa y yo habíamos sido inseparables desde entonces.
“¿Oyes eso?” preguntó de pronto.


Me llevó unos segundos reconocer lo que sus agudizados sentidos ya habían oído. Pasos, moviéndose rápidamente. Hice una mueca. Aún nos quedaban dos manzanas más por recorrer.
“Tenemos que correr” dije cogiéndola del brazo.
“Pero no puedes – ”
“Corre”
Puse toda mi voluntad para no desmayarme sobre la acera. Mi cuerpo se negaba a correr después de perder sangre o mientras aún estuviese metabolizando los efectos de su saliva. Pero ordené a mis músculos que dejasen de fastidiar y se pegasen a Lissa mientras nuestros pies golpeaban sobre el asfalto.


Normalmente yo podría haber corrido con ella sin ningún esfuerzo extra –especialmente por que ella estaba descalza –, pero esta noche ella era todo lo que me mantenía derecha.
Los pasos de nuestros perseguidores se escuchaban más fuertes, más cercanos. Estrellas negras bailaban ante mis ojos. Delante de nosotras pude distinguir el Honda verde de Jeremy. Oh Dios, si pudiéramos simplemente alcanzarlo –.
A tres metros del coche, un hombre se interpuso en nuestro camino. Nos detuvimos bruscamente, y tiré de Lissa hacia atrás. Era él, el tipo que había visto a través de la calle mirándome.


Él era más mayor que nosotras, quizá unos veinti-pocos, y tan alto como me había figurado, probablemente de unos dos metros. En otras circunstancias, – digamos cuando no estuviera obstruyendo nuestra desesperada huida, – habría pensado que él era atractivo. Pelo marrón a la altura de los hombros, sujetado en una corta cola de caballo. Ojos marrón oscuro. Un abrigo largo y marrón, – un guardapolvo, creo que se llama así.


Pero ahora era irrelevante lo bueno que estuviera. Él sólo era un obstáculo que nos mantenía a mí y a Lissa lejos del coche y de nuestra libertad. Los pasos de detrás de nosotros disminuyeron, y supe que nuestros perseguidores nos habían atrapado. En los costados, detecté más movimiento, más gente acercándose. Dios. Ellos habían enviado por lo menos a una docena de guardias para recuperarnos. No lo podía creer. Ni siquiera la reina viajaba con tantos.
Presa del pánico, y no con el completo control de mi razonamiento, actué por instinto. Me presioné contra Lissa, manteniéndola detrás de mí y lejos del hombre que parecía ser el líder.


“Dejadla en paz” gruñí. “No la toquéis!”
Su semblante era ilegible, pero levantó sus manos en lo que aparentaba ser algún tipo de gesto calmante, como si yo fuera un animal rabioso al que el trataba de sedar.
“No voy a –“
Dio un paso al frente. Acercándose más.
Lo ataqué, saltando en una maniobra ofensiva que no había usado en dos años, no desde que Lissa y yo huimos. La maniobra fue estúpida, otra acción que había nacido del miedo y el instinto. Y fue inútil. Él era un guardia habilidoso, no era un novato que aún no había completado su entrenamiento. Tampoco era débil o estaba a punto de morir.


Y hombre, él era más rápido. Había olvidado lo rápidos que los guardias podían ser, como se podían mover y golpear como cobras. Me bloqueó en pleno vuelo y, con sus manos, me golpeó y me envió hacía atrás. No creo que él hubiera querido golpearme tan fuerte, – probablemente sólo quería mantenerme alejada – pero, debido a mi falta de coordinación en mi habilidad para responder, fui incapaz de erguirme. Comencé a caer, directamente hacia la acera, apuntando con la cadera. Iba a doler. Mucho.
Sólo que no llegó a suceder.


Tan rápido como me bloqueó, el hombre me alcanzó y agarró mi brazo, poniéndome de pie.
Cuando me sostuve por mí misma, noté que me estaba observando – o mejor dicho, mi cuello.


Todavía desorientada, no lo entendí de inmediato. Luego, lentamente, mi mano libre alcanzó el costado de mi garganta y toqué suavemente la herida que Lissa me había hecho antes. Cuando quité mis dedos, observé mi piel manchada con oscura sangre. Avergonzada, revolví mi cabello para que me cayera por delante de la cara. Era espeso y largo y me cubría el cuello por completo. Lo había dejado crecer precisamente por ese motivo.


Los oscuros ojos del hombre se mantuvieron en el ahora escondido mordisco y luego se encontraron con los míos. Le devolví una mirada desafiante y rápidamente me deshice de su agarre. Me dejó ir, aunque sabía que él me podría haber detenido toda la noche si lo hubiera querido. Luchando con el nauseabundo mareo, me acerqué nuevamente a Lissa, preparándome para otro ataque. De repente, su mano tomó la mía.


“Rose” dijo en voz baja.”No”
Al principio sus palabras no tuvieron ningún efecto en mí, pero gradualmente pensamientos tranquilizantes empezaron a instalarse en mi mente, viniendo a través de nuestra conexión. No fue exactamente coacción, – ella no hubiera usado eso en mí, – pero fue efectivo, como fue el hecho de que éramos superadas en número y en nivel.
Incluso yo sabía que luchar sería inútil. La tensión dejó mi cuerpo, y sucumbí ante la derrota.


Sintiendo mi resignación, el hombre se acercó, poniendo su atención en Lissa. Su cara estaba tranquila. Él le dedicó una reverencia y logró parecer grácil al hacerlo, lo que me sorprendió considerando su altura.


“Mi nombre es Dimitri Belikov.” Dijo. Pude oír un pequeño acento ruso.


“He venido para llevarla de vuelta a la Academia St. Vladimir, princesa.”